Felicitas
vestía de azul, era su color preferido, tambien lo era el lila y el violeta.. Era una mujer muy
hermosa, demasiado hermosa para una pequeña ciudad aburrida y vieja. De rubia
cabellera, su altura le daba una elegancia única, tanto que llamaba la atención
al caminar por las calles.
Tenía
treinta años y unos cuantos de una relación que no sabía en aquella época si
era más la amante de aquel hombre que su novia. La promesa de llevarla a
conocer su familia se fue desvaneciendo en el tiempo.
No había día que no disfrutara de aquel amor
apasionado en aquella casita a la entrada de la ciudad, la más bonita, la que
tenía aquellas camellas blancas, tan blancas como la pureza de su amor por
aquel hombre. Soñaba que un día seria su esposa, dos niños correrían en el
patio de la casa chiquita.
Se había quedado para vestir santos, así
decían los que la conocían. Sus padres murieron y ella siguió allí entre
aquellas paredes, amando al único hombre que hubo en su vida, sin importarle
más. Que si había habladurías, claro que las había, imposible no haberlas en
una ciudad tan pequeña. Aunque a Felicitas no le importaba, solo esperaba que
el llegara y eso le alcanzaba para ser felliz.No necesitaba más.
Pero no todo
sería así siempre. Un día su amor no vino. Y fueron dos y tres días sin
aparecer. Hubiera sido mejor que no volviera más.
Su rostro
pálido, sin poder pronunciar palabra alguna, un yo te amo, pero… y seguía en
silencio.
-Tienes que
comprender, es un compromiso, mi familia
Felicitas
esperaba que le diera el golpe de gracia con la palabra final.
-Me caso-
Así fueron las últimas palabras que ella escucho de su boca. Ella no dijo nada.
Sabía que él jamás regresaría. Sintió que había sido la amante de un hombre
todos aquellos años. Había sido feliz y le estaba agradecida.
Ahora todo terminaba. Así, de golpe, sin
siquiera poder llorar. Porque Felicitas no lloró. No dijo nada. El tampoco, se
fue en silencio, cerrando así para siempre los sueños de Felicitas, la tonta
Felicitas, que creyó que algún día llegaría a algo con el hombre rico de la
ciudad. Pobre Felicitas que sola y triste quedó. Si anda como alma en pena en
aquella ciudad miserable, tan miserable como aquel que la amo pero pudo más su
cobardía.
Se marchito cuando la tarde moría en aquella
nostalgia vivida en la soledad de aquella casa sombría.
Afuera, las camelias agonizaban.
Dicen
algunos, que aquella noche del diez de julio en que él se casó, se escucho un
grito desgarrador que salió de aquella casa.
Después, el silencio.
Después, el olvido.
El no fue
feliz, pago caro su cobardía. Vivió al lado de una mujer a la que no soportaba.
Cada día de su vida fue alejándose de su esposa, viviendo solo de la
apariencia.
Jamás pudo
olvidar a la dama de azul.
Hoy paso por
la casa, está abandonada. El pasto esta tan alto que la vivienda se ve
patética. El silencio que se percibe impresiona. Nadie más entro allí desde que
ella se quito la vida aquella noche trágica. Todo allí dentro esta como lo
dejo, los muebles, sus cosas, sus misterios.
Dicen, que
todos los diez de julio a la noche, se escucha un grito desgarrador dentro de
la casa que alguna vez ocupo la dama de azul.
fin
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